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28 octubre 2025 Estilos de Vida GenSenses

En nuestros hoteles y restaurantes, así como en todos los trabajos de cara al público, hay días que parecen una montaña rusa. Mesas llenas, clientes exigentes, cambios de última hora, agotamiento. Pero también hay risas, complicidad y orgullo al final de una jornada bien hecha. En medio de ese vaivén, hay una habilidad silenciosa que sostiene todo sin hacer ruido: la resiliencia.

La resiliencia no es solo resistir. Es adaptarse sin perder la sonrisa, aprender de cada golpe y transformarlo en impulso. Es la capacidad de volver a levantarse cuando algo sale mal —una queja, una jornada interminable, un error que pesa— y decir: “mañana lo haré mejor”. En la hostelería, donde las emociones están siempre a flor de piel, ser resiliente significa mantener la calma en el caos, encontrar serenidad en el servicio y equilibrio en medio de la presión.

La resiliencia también tiene que ver con aceptar la imperfección. No todo se puede controlar, y eso está bien. Hay algo profundamente humano en reconocer que somos vulnerables, que nos cansamos, que necesitamos parar y respirar. La verdadera fortaleza nace cuando entendemos que incluso las caídas nos enseñan a andar mejor.

Y no solo en el trabajo: la resiliencia es vital en la vida. Nos permite afrontar los retos sin rendirnos, aceptar los cambios sin perder la esperanza. Vivimos en una sociedad que cambia a una velocidad vertiginosa, donde la incertidumbre parece constante. En ese contexto, la resiliencia se convierte en un refugio interior. Nos enseña a fluir con la corriente sin dejarnos arrastrar, a encontrar sentido incluso en lo inesperado.

Un profesional resiliente contagia calma. Su energía no solo equilibra a los clientes, también inspira a su equipo. Porque cuando alguien mantiene la serenidad ante la tormenta, recuerda a los demás que todo pasa, que lo importante es seguir adelante con dignidad y confianza.

La resiliencia no se aprende en un curso, se construye con experiencias. Cada día difícil, cada error, cada cliente complicado se convierte en una oportunidad de crecimiento. Y, con el tiempo, ese músculo emocional se fortalece.

En el fondo, ser resiliente es elegir la esperanza. Es mirar lo que duele, sonreírle y seguir sirviendo un café con amor. Porque la vida —como la hostelería— no siempre es fácil, pero siempre puede ser hermosa si sabemos encontrar el aprendizaje en cada día.