En este tercer ‘episodio’ de las ‘soft skills’ que más nos gustan y que más necesarias son -tanto en hostelería como en nuestro día a día-, es el turno de la actitud positiva. Como en la vida, todo es cuestión de actitud. ¡Vamos a ello!
Hay algo mágico en una sonrisa. No cuesta nada y, sin embargo, puede cambiarlo todo. En la hostelería, la actitud positiva es más que un gesto amable: es una forma de vivir, de trabajar y de mirar el mundo. Es la luz que se enciende en cada “buenos días” sincero, en cada plato servido con ilusión, en cada pequeño detalle hecho con amor.
Tener una actitud positiva no significa negar los problemas, sino decidir cómo enfrentarlos. Significa elegir la serenidad frente al estrés, el humor frente al cansancio, la empatía frente al mal humor. Es esa chispa interior que hace que, aunque haya mucho trabajo o las cosas no salgan perfectas, sigamos transmitiendo calma, alegría y confianza.
El cliente lo nota. No hay aroma de café ni decoración que sustituya la energía que se respira en un lugar donde el equipo está motivado, sonríe y se apoya mutuamente. Una actitud positiva contagia, inspira y convierte lo cotidiano en especial. Porque cuando un camarero, un cocinero o una recepcionista trabaja con alegría, el cliente lo siente, y esa emoción se queda con él mucho después de marcharse.
Pero esta actitud no solo es valiosa de cara al público; también nos transforma por dentro. Nuestra mente tiende a enfocarse en lo que falta o en lo que sale mal, pero cuando entrenamos la mirada positiva, aprendemos a valorar lo que sí funciona: un gesto amable de un compañero, una palabra bonita de un cliente, una tarea bien hecha. Así, poco a poco, se construye una mentalidad más resiliente y una vida más ligera.
En la sociedad actual, tan acelerada y exigente, la actitud positiva se convierte en un acto de resistencia. Es elegir cada día no dejarse arrastrar por la queja, sino enfocarse en lo que podemos aportar. Porque todos atravesamos momentos difíciles, pero mantener la esperanza —aunque sea en forma de sonrisa— es lo que nos conecta con lo mejor de nosotros mismos.
Además, la positividad auténtica no es ingenuidad: es inteligencia emocional en acción. Saber cuándo parar, respirar y transformar el malestar en aprendizaje es una habilidad que se cultiva con práctica y con autoconocimiento. En la hostelería, esa práctica es diaria: cada servicio es una lección de humanidad, cada cliente, un espejo.
Una actitud positiva no cambia las circunstancias, pero sí cambia nuestra forma de vivirlas. Y cuando una persona entra a tu cafetería o a tu hotel y siente que hay buen ambiente, armonía, que hay alma, eso vale más que cualquier campaña de marketing.
Porque al final, lo que más recordamos de los lugares no es lo que comimos ni lo que vimos, sino cómo nos hicieron sentir, creando así unos recuerdos inolvidables y momentos mágicos que quedarán para siempre. Y la actitud positiva es ese ingrediente invisible que lo hace todo más humano, más cálido, más inolvidable.